NEIL YOUNG EN BIARRITZ, AYER, JUEVES: no sentimos las piernas, estuvimos de pie desde las siete y media hasta la una y media de la madrugada. Eso sí, vimos a NEIL YOUNG en la séptima fila, es decir, a unos ocho metros del escenario, y además supercómodos, sin apreturas ni empujones ni nada: un imposible, un sueño realizado. ¿Qué tal estuvo el concierto de Neil Young? IMPONENTE, MAJESTUOSO, INCREÍBLE, MEMORABLE. Dejará huella en nuestra memoria melómana, eso lo teníamos claro las cuarenta personas -extraordinarios aficionados, la inmensa mayoría, y gente de casi todas las edades- que nos desplazamos hasta Biarritz en el bus fletado por La Estación. Fue un set muy rockero, enérgico, ruidoso y lleno de largos pasajes instrumentales un poco repetitivos pero muy intensos y siempre virtuosos, con numerosos momentos eléctricos desbocados (con los Crazy Horse no se podía esperar otra cosa, si bien el comienzo fue un poco abusivo: cuarenta cinco y minutos les llevó hacer las cuatro primeras canciones), pero no exento de un tramo acústico de cuatro canciones que nos pusieron la carne de gallina: Heart of Gold (Neil en solitario con guitarra y armónica, se nos ha pegado ya a la memoria), Blowin’ in the Wind (también en solitario, casi mejoró a Dylan, una versión de temblar de emoción), Hole in the Sky y Red Sun. El repertorio, ya lo adelantamos aquí, fue un poco raruno y casi calcado al que publicamos el martes (el del concierto de este lunes en Vienne, Francia), pero además de las baladas en acústico, Neil nos ofreció temazos inmortales de su discografía, como Hey Hey, My My, Powderfinger o Rockin’ In The Free World. ¿Quizá demasiado noise/rock, excesivo tiempo dedicado al puro ruido y la distorsión, hasta el punto de que por momentos -yn o precisamente pocos-parecía que estabas ante My Bloody Valentine o Sonic Youth? Pues puede ser, pero hay que convenir en que cuando entraba la voz de Neil, la parroquia enmudecía, y ya se sabe, la esencia en frasco pequeño.
Tres aspectos a destacar:
1) La voz, la mantiene Neil en un estado asombroso. Escucharle casi te obliga creer en Dios. Creó el omnipotente la voz perfecta para recordarnos su existencia: poderosa, bellísima, llena de matices, delicada cuando la canción o el pasaje lo exigen y cañera, ruda incluso, cuando así se requiere. Un milagro de la naturaleza. De llorar; de alegría, claro.
2) La Banda: Crazy Horse son punto y aparte. Puede no gustar esa tendencia al ruido descarnado y el tono un poco exhibicionista de alargar las canciones a base de repetir los pasajes intrumentales, pero tocan (y hacen coros) de un modo increíble, con precisión, sentido del humor y un insobornable espíritu rockero. Sonaron más acompasados, bordando su actuación, con el repertorio nuevo (Psychedelic Pill, Walk Like a Giant y sobre todo, Ramada in), lo que es de comprender.
3) EL SONIDO (potente y nítido) y el ambiente (exquisito y educado, de agradecer), ambos perfectos. Y la suerte de contar con una noche de ensueño, unos 22 grados, sin mucha humedad…, fantástico.
No hay tiempo para más, pero a ver si os animáis a contar vuestras impresiones quienes vinísteis en el bus.
Os dejamos con esto, casi ná: