Disfrutamos del trabajo de un Casey Afflek portentoso componiendo su impresionante personaje aún en la transición entre joven y adulto, atormentado, devorado y paralizado, casi en estado en discapacidad emocional por el dolor, el remordimiento y la sensación de culpa de un error trágico cometido en el pasado que pese a todo intenta, y logra en parte, actuar con sentido común, generosidad y afecto en una situación compleja y exigente como pocas: convertirse inesperadamente en tutor legal de su sobrino adolescente.
Y de la deslumbrante aportación de una felizmente reaparecida Michelle Williams, que con sus pocos minutos en pantalla, sobre todo los posteriores al incidente que marca la historia, con esos gestos y esa mirada tan sincera e intensa, tan de enamorar y de dejarte temblando de emoción, que desarma nuestras naturales defensas y deja una profunda huella en nuestros corazones. Cursi de categoría ha quedado la frase pero así lo vivimos, y así se queda.
«MANCHESTER FRENTE AL MAR» es una película triste y dramática que cuenta unos hechos particularmente trágicos en la vida de gente normal y corriente, frágil y fuerte a la vez, seria y divertida a la vez, formal y rebelde/juerguista, en fin, como cualquiera de nosotros, narrada con firme y muy sensible pulso y, esto deviene esencial, con más pudor, amor y comprensión al sufrimiento de las personas que sensacionalismo barato o exhibicionismo del dolor por su director, el estadounidense Kenneth Lonergan.
Lonergan se consagra como autor (es también el guionista de la peli) en estado de gracia que nos explica, mediante primeros planos y diálogos -y silencios- tan elocuentes como certeros y recurriendo a varios flashbacks sabiamente insertados para explicar el porqué, los antecedentes que explican cada situación, cómo el efecto de esas desgracias que se cebaron en unos personajes admirablemente pensados y escritos (llenos de humanidad, sentimientos y caracterizados con matices muy originales, incluidos los secundarios) marca para siempre sus vidas, sin posibilIidad de reparación, salvación, ni futuro viable.
Tremenda, pues, la peli, pero no melodramática al uso, apenas surgirán las lágrimas en el patio de butacas; Lonergan sabe mantener al espectador a cierta distancia del relato, al calibrar perfectamente el peso dramático de las situaciones, al insertar golpes de fino humor y, sobre todo, a la hora de enhebrar con precisión y realismo la descripción de los personajes (por ejemplo, la manera de ser y de relacionarse con el entorno del sobrino, fascinante y poliédrica), de lo que les caracteriza, de cómo piensan, sienten y reaccionan ante cada estímulo y nueva situación. No identifica en exceso al espectador con el personaje principal ni, en realidad, con ningún otro (salvo el de su hermano y el del amigo de ambos, individuos entrañables y sin tacha, ambos) y ello -en estrategia prevista por el director- hace más soportable la tensión damática de lo que va aconteciendo y lo que se va conociendo del pasado.
Podríamos decir más cosas de esta formidable peli, como las escenas perfectas y rebosantes de fuerza y emotividad (dos inolvidables: la declaración de Casey en comisaría y su reencuentro con Michelle, su exmujer, en la calle), la brillante galería de personajes secundarios (el amigo bonachón, la madre de la novia del chico, la madre de este siempre al borde de un ataque de nervios …) o el tensoi y sostenido pulso narrativo de director que hace que se te pasen en un suspiro las más de dos horas de proyección; pero en realidad lo que funciona y flipa más al espectador es que está viendo una peli que rebosa autenticidad y realismo sin edulcorantes balsámicos (salvo una music quizá obvia y en exceso subrayante de las escenas clave) y que narra los avatares de personajes llenos de humanidad, de los que muestra casi con vocación de documental tanto debilidades y fortalezas y, por momentos, incluso su encanto y dulzura.